miércoles, 25 de noviembre de 2009

Crítica de la razón fanática o del béisbol es como la vida



I
Cierto es que no hay ejercicio más ridículo que tratar de explicar la sinrazón mediante la razón; y dado que el fanatismo es, primero que todo y antes que nada, un ejercicio irracional, pues el fanático es un individuo sumiso y servil ante los designios de su objeto de deseo; vacuo resulta tratar de explicar esto racionalmente. Sin embargo, la condición más evidente del fanatismo es la negación constante de la irracionalidad envuelta en el hecho mismo de ser fanático, de modo pues que todo fanático recurra necia e insistentemente en racionalizar su fanatismo. El fanático deportivo, tampoco escapa de esto.
Excelentes intentos se han hecho en esta dirección, entre estos hay que destacar para ejemplificar, la teoría tribolica de Rodrigo Blanco –con tu permiso Rorro- a través de la cual se explica que en tiempos remotos el hombre poseía tres bolas, evolución mediante, quedó, tal y como lo conocemos hoy día, reducido, en el común de los casos, a sólo dos; razón esta que lo hace perderse en la locura ante cualquier cosa que se juegue con pelota. El béisbol, por su parte, está cargado de gestos que parecen reforzar ampliamente la teoría: todo bateador que se respete, al llegar al plato y como ritual de intimidación, se agarra las bolas como diciéndole al pícher “esa que me falta te la voy a sacar del parque”. El pícher, por su parte, antes de cada lanzamiento (momento de mayor tensión en el juego) manosea la pelota una y otra vez como si se tratara de algo que una vez fue suyo (suerte de sucedáneo de aquella tercera bola arrebatada por la arbitraria evolución), si un ataque de maldad y picardía lo invade, en primitivo ritual es capaz hasta de escupirla. Los fanáticos en las gradas apaciguaran la tensión manoseando, de cuando en cuando, sus testículos para asegurarse de que aún los tienen; aquellos que lo observan por la televisión, máxime si están solos, recurrirá al antiquísimo ritual del rascarse las bolas. Tan extraordinaria teoría, sin embargo, entra en contradicción con un importante requisito positivista en el hecho de no ser universalizable: los fanáticos del deporte no son tantos; además, la teoría parece obviar el hecho de que las mujeres también son fanáticas, y cuando son fanáticas de la pelota, lo son de manera peligrosamente furiosa.
Como quien esto escribe, es fanático de la pelota, también me he encontrado con el deseo de sensatizar mi insensata pasión por el beisbol, a despecho claro, de encontrarme con el fracaso que produce el tratar de razonar la sinrazón. Sin embargo, y con la ayuda de otros tantos como yo, he llegado a la conclusión de que el beisbol es la representación más acabada y perfecta de lo que la vida humana es.

II
No hay tiempo predefinido, hay un recorrido espacio temporal: las cinco entradas completas que ha de durar inicialmente un juego de pelota para tener la condición ontológica de juego legal, nada tienen que ver con un límite temporal, todo lo contrario, es una condición esencial mínima, esto es: un juego de pelota, para ser tal tiene que durar por lo menos cinco actos que deben ser completados por los dos equipos y ser ganado por alguno de los dos. Como si dijéramos, un ser humano, para ser tal, tiene que satisfacer la condición mínima de ser-en-el-mundo una conciencia, del tiempo, calidad o cualidad de este ser-en-el mundo –con la venia de Heidegger y Aristóteles - poco puede decirse hasta que haya terminado. En el transcurrir de un juego de pelota, las configuraciones y posibilidades son infinitas, es un acontecimiento en pleno desarrollo -como diría Walter (no Bejamin sino Martínez)- que incluso puede llegar a no concretarse.
Pero hay una característica temporal, única del béisbol y de la vida: el ritmo de las emociones. Los momentos más emocionantes suceden cuando no está sucediendo nada. Esto es, justamente, cuando se está en la nada, que, a pesar de que muchos cerebros chatos siguen creyendo que la nada nada es, es el limbo en el que habita potencialmente toda posibilidad, o sea, lo inmediatamente previo a que suceda cualquier cosa. Pero cuando las cosas pasan, en el béisbol y en la vida, devienen, con sus singularidades claro está, en tres grandes formas: como sucesos de poca monta o irrelevantes, por ejemplo, un faul ao cerrando el noveno y sin hombres en base, cuando el equipo está perdiendo por más de 6 carreras. Nadie, ni siquiera el propio jugador, recordará eso. Los relevantes: un hit abriendo inning o un ponche para sacar el cero con hombre en posición anotadora, sucesos que concursan por una plaza perecedera en nuestra memoria. Y los momentos trascendentes: que son pocos, pero son. Son, aquellos que rompen para siempre el sentido externo del tiempo –Kant dixit- en un antes y un después irreversible configurando eso que llamamos historia. Un no hitter, un Grand Slam para dejar en el terreno al equipo contrario o una remontada extraordinaria. A esto hay que añadir, para redondear la idea, que, en el béisbol como en la vida, hay nombres que, fortuita y circunstancialmente, se encuentran vinculados a esas grandes hazañas: los que alcanzan su lugar en la historia; y otros, los héroes, cuyos nombres están reincidentemente vinculados a estas: Babe Ruth, Ted Williams, Roberto Clemente por sólo –mezquinamente- nombrar algunos.

III
La condición gregaria en perfecta armonía con la condición individual. Al igual que la historia de la vida humana, el béisbol es un juego de equipo, pero es, al mismo tiempo, un juego de hazañas y responsabilidades individuales. Por eso no es de extrañar que en un “juego” aparezcan nociones tan complejas, pero a la vez tan comunes, como las de error, selección, robo, muerte y sacrificio. La historia del béisbol se construye, al igual que la historia humana, en una constante tensión entre el individuo y su colectivo. No por nada, en el béisbol no sólo se premia, más allá de los logros que alcance el equipo, el desempeño personal, sino que, además, el tema de los numeritos personales es absolutamente cardinal.
Hay que verle la cara a un evento que combine mejor el gregarismo con la virtud individual que aquel toque de Vitico en el noveno… El Vic vino de la banca -seguramente con un par ya entre pecho y espalda- en un moribundo noveno inning con dos aos y perdiendo cinco a tres, rápidamente lo montaron en dos strikes, pero, cuando ya todo el mundo estaba recogiendo para irse, Davalillo, sorprendió a todos con un toque patentado por él: “dragó” la bola –que es como irse con ella– y llegó a salvo a la primera. El resto de la historia es harta conocida: los Dodgers remontaron el juego y terminaron ganando seis a cinco. El equipo entero fue el que ganó, eso es la absoluta verdad. Pero sin la virtud de Vitico para leer, solucionar y reconfigurar un momento, los Phillies se hubieran llevado esa serie de campeonato, por allá por 1977.

IV
Las reglas en el béisbol, como en la vida, se dividen en tres grandes grupos: Las escritas, que son, stricto sensu, las que le dan su condición de juego; las del terreno y las no escritas. De las escritas, que son que jode, me limitaré a decir que son condición necesaria de todo juego: un juego, en realidad, es una especie de cálculo que posee unas reglas de entrada, un conjunto de reglas de transformación de esas reglas, que, a su vez, permiten crear nuevas reglas. Para las dudas, cómprese usted cualquier introducción a la lógica matemática y verá que tengo razón. Los seres humanos, desde nuestro software de homo sapiens hemos estado descubriendo y desarrollando (jugando) el cálculo vital construyendo y reconstruyendo sobre él nuevas reglas que nos van haciendo la vida más fácil. Si bien esas reglas (las escritas) son de carácter universal, las del terreno son, por así decirlo, de carácter particular. Como si dijéramos, si bien es cierto que hay un cálculo vital que rige la existencia del hombre, también es cierto que los colectivos humanos -y los clubes de pelota son precisamente colectivos humanos- desarrollan ciertos hábitos que norman su vida según su creencias. En dos platos: la vida está condicionada por un aparato biológico que norma su actuar diario y consecuente, también surge entre los hombres que habitan una determinación espacio temporal, un conjunto de normas, acuerdos y creencias que solemos llamar cultura. Las reglas del terreno se me antojan muy parecidas a ese imaginario.
De las no escritas, hay que escribir corto, porque se me acaba el espacio. Habría que comenzar por decir que todo cuanto hay que saber del béisbol está escrito en un “librito” que nadie jamás ha visto ni leído y jamás existió y nunca existirá. Una especie de Biblia de arena -al estilo borgiano- donde se va constantemente almacenando todo el conocimiento del juego. Pobre de aquel, que, durante el juego o en una acalorada discusión, diga o haga algo que contradiga a la imaginaria entidad. Pero, más allá del librito, en el béisbol, como en la vida, existen un conjunto de reglas que conforman eso que llamamos aparato moral. Normas que frente a otros y frente a nosotros mismos –como exigiría Sócrates- rigen nuestros comportamientos.

He aquí la razón de la sinrazón, o como llanamente escribiera alguna vez Adorno: por eso nos gusta el béisbol.

Imagen y Texto: Garcilaso Pumar

2 comentarios:

  1. ¿Dónde puedo adquirir un ejemplar del librito?

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  2. No le encuentro sentido a este blog. Ninguno ha descubierto al Magallanes

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