miércoles, 16 de diciembre de 2009

El béisbol: desde la bosta hasta el cielo


Por Adriano González León


El béisbol, no hay dudas, es un asunto del cielo. La frase que parece contener mayor fortuna es: la bola se va elevando… aunque resulta difícil confundir con ángeles y serafines esos señores sudorosos que escupen a cada momento y a veces lucen uniformes estrafalarios. Hay un cierto desorden en esta corte de los dioses y, por otra parte, los dioses no asoman por ningún lado. Si están en algún sitio, seguramente los cubren los enormes anuncios de refrescos, reconstituyentes y paliativos para la piel. Y además, es solamente en las tardes cuando pueden verse algunas nubes, o pedazos de nubes cubiertos por antenas, cables, reflectores y alambradas. Sin embargo, surcar los aires a gran velocidad, con amenaza de sobrepasar las gradas, parece ser el momento de máxima emoción. Los espectadores miran en silencio. Después viene el jolgorio, los pregones y el escándalo. Por supuesto la frase que se eleva va acompañada de muchas más, algunas de ellas ininteligibles, retrecheras, obscenas, perdidas entre las risotadas, los abrazos y los refranes cantados, repetitivos… necios hasta el confín. Es esta la fabla del béisbol. Los lingüistas, entre ellos Rosenblat, encontraron una cantera de derivados lingüísticos y algunos han hablado de la aproximación a un verdadero dialecto y sobre todo, la utilización de una terminología para otros usos de la vida corriente. De este modo podemos enterarnos que un buen picher es un individuo dadivoso, y que en determinados acontecimientos podemos lograr una buena atrapada. Quizás sea esta categoría permeable la que le dé al béisbol mayor ampliación, si se compara con otros deportes, en la jerga cotidiana. Seguramente, en otros países que practican este deporte, exista un uso peculiar que enriquece hasta cierto punto el habla del día a día.

Por otra parte, en Venezuela, para muchos que no son nacionales, se han presentado dificultades a la hora de la comunicación oral o escrita. Ciertos académicos rechazan la presencia beisbolera en nuestro léxico porque la consideran un empobrecimiento de la lengua. Otros, al contrario, la admitimos como un enriquecimiento. Y semejante pase a nuestro lenguaje tradicional, justifica al béisbol como el primer deporte nacional. Creo que para gran parte de nosotros el béisbol jugó un extraordinario papel en la formación de la infancia y la adolescencia. Sobre todo en el estímulo de la creatividad. No era fácil para muchachos de pocos recursos, obtener una pelota, menos un guante y muchísimo menos un bate. Había que ingeniárselas con un poco de pabilo, un pedazo de caucho para recubrirlo y luego ir dándole vueltas al hilo, con cierta maestría para mantener la redondez y obtener finalmente una bola con la cual se pudiera jugar.

Antes las partidas eran entre dos. Consistía en que uno lanzaba una chapita y el otro la bateaba, bajo el comando de ciertas reglas y limitaciones especiales. Después vino el béisbol sabanero, el arrastre de una tabla sobre la acera y por fin las caimaneras. Hay amistades profundas que se forjaron en el juego de una tarde. Hay enemistades duras y terribles. Hay el orgullo soberano de pertenecer a una divisa y esto no ha desaparecido ni desaparecerá jamás. Las pasiones encontradas en nuestra pelota son más profundas y hasta más rencorosas que en el mundo político o religioso. No dentro del equipo particular, que generalmente duró poco o terminó con el cambio de barrio y la bosta seca que hizo de base pasó a ser almohadilla. Las aficiones a los equipos profesionales, que han surgido por las más disímiles razones, han sido en muchos de nosotros una cuestión de honor, de orgullo, de intemperancia y hasta se han producido muchas quiebras en la amistad. A veces la discusión sobre el mejor siorestop ha terminado en riñas colectivas y verdaderos encuentros campales con lanzamientos de latas, trapos viejos, palos y hasta piedras. Yo lo voy a confesar aquí serenamente. Nuestra fiebre beisbolera comenzó muy temprano, en la infancia, frente a un radio Philco que tenía un ojo mágico. Uno pensaba que aguzando el ojo podía ver el batazo de Luis Romero Petit y el último ao en segunda base que le dio el triunfo a Venezuela en la Cuarta Serie Mundial. Venezuela era un pobre país destrozado por las fiebres palúdicas, el analfabetismo y el terror de Juan Vicente Gómez con las cárceles repletas y asesinatos en las carreteras. Uno era demasiado muchacho pero leía en voz alta los periódicos para que los viejos del barrio pudieran enterarse en la pulpería de las hazañas cubiertas por el estudiantado y el alcance de las fuerzas democráticas contra el terror del nazi-fascismo. Aquel triunfo deportivo alzaba nuestro orgullo en el continente y nos agradaba tener nuestras montañas, los llanos inmensos y el Orinoco, así como el Mar de las Antillas por el norte. Los muchachos aprendimos que teníamos un país por el cual valía la pena luchar y muchos compartimos nuestros juegos de pelota con las tardes en la Biblioteca Municipal. Realizamos tertulias en la Plaza Bolívar. Y allí el gran Omar Lares nos enseñó qué eran las grandes ligas.

Se formaron los equipos. Jugábamos en potreros y baldíos, entre colegios y escuelas, entre barrios del sur y del norte. Y, por supuesto, inmediatamente comenzaron las rivalidades. ¡Ustedes no tienen un picher como el nuestro! ¡Ese es un tira piedras!, respondía alguno del bando contrario ¿Pero donde van a encontrar un shorestop como el nuestro? Y así seguían las interminables discusiones hasta que las cosas iban subiendo de tono y alguien, juicioso, mediaba para evitar la llegada de los puñetazos. Creo que no hay un solo barrio de Venezuela, en las regiones donde se jugaba béisbol, que no llegase a enfrentamientos, violencias y pedreas. Pero el deporte lo arreglaba todo. Venían los mediadores y todos poníamos nuestras preocupaciones en el gran encuentro del próximo sábado. Creo que así ha ocurrido en todas partes y sobre todo en los enfrentamientos deportivos. En los últimos tiempos ya sabemos de las feroces arremetidas de los Houligans ingleses. Los del Madrid y del Barça protagonizan verdaderas batallas campales. Así lo fue siempre en Buenos Aires con el Boca y el River. Entre nosotros, por ser el béisbol el de mayor afición, los enfrentamientos entre el Caracas y el Magallanes han sido el motivo de riñas, enfrentamientos y enemistades. Algo que viene de lejos. Desde los primeros conjuntos cerca de la laguna de Catia hasta el Royal Club pasando por el Cervecería Caracas. Aquí hubo una fanaticada mayor porque gran parte de sus jugadores venían del cuadro que había ganado la Cuarta Mundial. Sin embargo, el Magallanes recogió en su filas gran parte del Royal Criollos y además llevaba el nombre de una barriada popular. La cosa pasó a tintes de gradación social y los caraquistas fueron considerados niños bien. El fondo clasista se ha mantenido, un poco más reducido, hasta hoy. Pero ha florecido la echonería magallanera, la pedante manera de elogiar a sus players, la arrolladora sobradera con evidentes figuras de última magnitud. Pero nadie en conjunto tiene mejor equipamiento que el Caracas. Sobre todo figuras sobresalientes, como Tovar, o ese predestinado Omar Vizquel que ejecuta primero una danza sobre la segunda base antes de ejecutar el doble-play. Las discusiones ya comienzan en torno a los que formarán las novenas. Dentro de algunos días bares elegantes y taguaras serán verdaderos centros de polémicas. Imposible evitar las rivalidades. Ellas vienen de más allá del deporte. Las disputas por el comercio del medio oriente enfrentaron continuamente a tirios y troyanos y a cada rato surgían las contiendas por el control del Mediterráneo. Las pugnas entre Güelfos y Gibelinos ensangrentaron media Europa y la configuración y algunos odios de hoy vienen de aquellos tiempos… resulta inevitable, por el enorme fuego universal que Shakespeare puso entre Montescos y Capuletos, cuya tragedia aún nos conmueve hoy. El Caracas y el Magallanes no nos sitúan todavía en tan dolientes situaciones. Pero siempre hay una molestia entre unos y otros. A veces yo prefiero alejarme de las discusiones de hoy y vuelvo sentimentalmente al béisbol de la infancia. Creo que fue precario y lleno de dificultades para todos. Ya no podíamos seguir jugando chapitas ni caimaneras. Era menester encontrar un terrenito en las afueras del pueblo.

En el terreno de Don Demetrio Juárez era posible montar el partido. Pero era un terreno desigual. Después del shorestop venía un enorme desnivel y el lefild no veía la tercera, mucho menos el jonpley. Cuando se producía un batazo que superaba al sior, el lefild no sabía que hacer con la pelota y el corredor ya amenazaba con llegar a tercera y el que cuidaba la segunda – único que podía ver el left- le gritaba desesperado; ¡Tirá pa’ jon! …¡Tirá pa’ jon!...para ver si podía evitar que el bateador anotara con un simple hit, gracias al barranco. Pero entre otras muchas, ocurrían cosas contradictorias y casi increíbles. En otro terreno de la ciudad, por los lados de Las Acacias, teníamos dificultades con el lefild porque la distancia era muy corta hacia el fondo y estaba cortada por una cerca y además con tres perros que eran unas fieras. Manuel, alias Carro Fúnebre, estaba al bate, con un hombre en base y logró conectar un tabletazo que pasó la cerca. Era sin duda un buen jonrón, pero quién era el valiente que buscaría la bola –la única que había- para poder continuar el partido. Tremenda desolación. Y hasta rabia contra el bateador. Uno de nosotros, enfurecido, hizo la exigencia única que se pueda hacer en la historia del béisbol. Le dijo furioso al bateador: ¡Mirá, pendejo, ¿por qué no bateaste un hit? Hay, como esas, muchas historias. Y sigue habiendo las mismas rivalidades. Yo no soy apasionado ni sectario. Pero, prepárense, magallaneros malasangres, estoy seguro que el próximo encuentro lo ganará el Caracas.


Fotografia: Garcilaso Pumar

1 comentario:

  1. Que sabrosa crónica..! un apretado resúmen de nuestra historia beisbolera. Sin ser fanática siempre voy a Los leones del Caracas, o sea que a las chicas también nos atrae este deporte..
    Felicitaciones por este blog.

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