jueves, 26 de noviembre de 2009

Una amistad clásica...


“me falta una mujer / me sobran seis tequilas”
Joaquín Sabina

Me fui a México por apenas unos días pero dejando las tablas de posiciones que más me importan en una situación comprometida: en la primera, los Leones del Caracas lideran la del béisbol nacional, pero con sólo un juego de ventaja por encima de los herederos de aquellos primeros turcos que, con sus pipas de agua en mi Oeste caraqueño natal, fundaron el feudo archienemigo; en la segunda, el F.C. Barcelona ha cedido la punta a los bienpagaos merengues por apenas un punto. Así uno no puede viajar tranquilo.

Creo que, desde los partidos de pelota azteca, las rivalidades clásicas ordenan las estructuras del aficionado a cualquier deporte. Los grandes protagonistas suelen ser dos titanes que terminan revistiendo de una pátina olímpica a los outsiders. Sin embargo, las coronas de laureles que ciñen nuestras melenas desde tiempos inmemoriales (entre otros récords de series particulares y nohit-no-runes de urbanoslugos que jamás serán borrados de la historia) son una huella fehaciente de cómo se bate(a) el cobre. Sí: soy caraquista desde que a los cinco años de edad mi papá me llevó a las gradas (entonces seguras y baratas) del Estadio y pude ver cómo Antonio Armas sacaba la pelota del campo (la sacaba, no un simple jonrón a las gradas: una pelota que abandonaba el Estadio bañando mi mirada de niño-que-consigue-un-héroe). Pero, en un ejercicio de aplacamiento y doma, desde la felina tribuna de tercera base quiero intentar hablarles de la región opuesta... del otro Home Club ucevista.

Si existiera una categoría paradeportiva como “el outsider sentimental” de la pelota criolla, ese lugar le correspondería a los Tiburones de La Guaira. Parte del dulce (y egocéntricamente insoportable) ejercicio de ser caraquista es ver en el estoicismo del fanático de los Tiburones de La Guaira una suerte de nobleza, de virtud… ¡bueno, chico, de estoicismo! Puede que tenga algo que ver el asunto de compartir el Universitario o la antagónica construcción de nuestros arquetipos, pero los salados son (como los fanáticos del Atlético, a quien uno aprende a respetarle su compromiso con la esperanza) ese equipo al cual uno a veces no sabe si de verdad quiere ganarle “…porque no importa mucho en la tabla, ¡y ellos se ven tan contentos!”. No, no es lástima: es como dejarse ganar en PlayStation por la novia o dejarse meter un gol de un hijo: es ternura, no compasión; son ganas de oír la samba a la salida; amor cristiano. Pero eso pasa a veces, sólo a veces…

Desde hace mucho tiempo mi cita beisbolera preferida ha dejado de ser el manido Caracas-Magallanes. Nada tiene que ver la serie particular de esta temporada (que los turcos van ganando… momentáneamente), sino que prefiero el gusto que deja vivir un partido contra los Tiburones de La Guaira, tan revestido de interés, tan como la marea, siempre es una deriva impredecible.

Incluso, luego de tener casi seis años sin ir al Estadio Universitario, volví por cortesía de un guarista. Fue en ese La Guaira-Aragua donde reviví el asunto de ver los partidos Leones vs. Tiburones (“¡El clásssssssico capitalino!”, según la voz de Delio Amado León), de muchacho en el 23 de Enero y con mi primo Raúl Ernesto, no sólo fanático de La Guaira, sino primo hermano de Norman Carrasco.

Describiré la situación que me permitió la anamnesis, si la memoria no me falla: La Guaira ganando 6 a 2 en el octavo inning; hit entre segunda y el short; embasado el tiburón… pausa larga (más bien extraña) y de pronto el coach de primera pone un corredor emergente. Sí, así de raro: ganando por cuatro rayitas, faltando un inning, se saca a un bateador que no lo hizo del todo mal y se da seña (con éxito) de bateo y corrido sin outs. Esa carrera entró y la cosa se puso 7 a 2. Ahora bien: sólo un manager puede saltarse el librito de esa manera, uno con consciencia real de que cualquier cosa puede pasar y que cuatro carreras en el octavo, incluso siendo Home Club, no bastan: el manager de los Tiburones de La Guaira. Un largo noveno inning le dio la razón al uso del antimanual: el juego quedó 7 a 6, a favor de una marea que sufrió cuatro hits con dos outs. Así gana La Guaira. Así son.

Sin embargo, este buen amigo guairista hizo una conversión no del todo innoble. Mi novia, quizás la persona que menos se entusiasmaba con un partido de pelota, volvió de un viaje a España con una noticia curiosa: luego de entregarme una hermosa y amarilla camiseta oficial del Barcelona, me dijo que ella ahora militaría por el Real Betis: “tienes que oír el himno, donde casi se enorgullecen de perder y dicen algo como ‘manque pierda es campeón’… búscalo, búscalo en YouTube”. Yo, encandilado por ver que incluso me compró el short del Barça con la tirita amarilla a juego, pensando en el tricampeonato no supe notar algo en ella que Rodrigo, mi amigo, ya había olfateado: en mi novia residía la potencial ternura del fanático guairista, aunque ella sostuviera (casi demagógicamente) que era magallanera (Dios la ampare y la favorezca). Rodrigo lo vio y yo no… se reconocen entre ellos. A la semana estábamos en el Universitario, de nuevo gracias a los abonos y buenos oficios de mi amigo salado. Ella, por su parte, gritaba “¡Pa encima!” con un fervor que nunca vi en su ánimo frente a deporte alguno. Bueno, sí… una sola vez: días antes, mientras coreaba el himno del Real Betis.

Que durante este viaje a México me acompañe un madridista es algo que agradezco: hay clásico Barcelona- Real Madrid el 29 de noviembre y seguro conseguiremos algún bar en el cual un TV enorme y los precios de los tragos nos convoquen como polillas. Ahora bien: que ese mismo madridista sea el amigo que he referido como militante de los Tiburones de La Guaira es algo que me cuesta concebir. Quizás sea para compensar con sus copas europeas los casi treinta años de edad que lleva sin saber lo que es una caravana campeona, aunque insista en que las sumas de las sambas que ha bailado dan para tres Series del Caribe. Pero si algo les permito a mis amigos es el derecho inalienable a contradecirse.

Sé que ambos lamentaremos tener que conformarnos con ver por Internet el resultado del 4 de diciembre, cuando seguramente algún accidente cósmico tumbará todo pronóstico, dejando el destino de La Guaira como una noticia eterna de noveno inning. Yo vuelvo a Maiquetía el sábado 5; el domingo 6, día de la llegada de mi amigo salado, hay Caracas-Magallanes… pero nos importará poco a ambos.

Imagen: cortesía archivo El Nacional
Texto: Willy Mckey

3 comentarios:

  1. hermano, desde los buenos tiempos de las polémicas Cabrujas (salado a muerte)e Ibsen Martínez, no leía yo un texto beisbolero tan sabrosón y con tanta sindéresis. compañera leonera como soy, sólo puedo bailar samba en su nombre cuando ganemos la serie este año, eso sí, ojo en México, ahí chilango a muerte, porque si no la chingada.

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias por leerlo y sobreestimarlo así, Mharía. Ya en tono deportivo y jalisciense: "Pos acá en las tapatías no me dejan más que ligar a otros "Liones", que son el equipo de la universidad, porque las chivas no clasificaron estiaño... así que me quedé sin conocer elstadiojalisco, paralegría del Rodrigo, que la neta le va al América. ¡Arriba, Chivas!".

    ResponderEliminar
  3. "No, no es lástima ....es ternura, no compasión" Creo que es una forma muy "tierna" de decir que uno aprende a respetar la resistencia, el estoicismo, la perseverancia de aquellos que militan en equipos que no se el de uno.

    Allí ya hablaron del Real Alcorcón y de esa "sensación" http://bit.ly/3Inr68

    ResponderEliminar